Entrada triunfal del Señor en Jerusalén: Alegría y sufrimiento

El Domingo de Ramos marca el inicio de la Semana Santa, recordando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Es un momento de reflexión sobre la humildad, el servicio y la conversión personal, invitándonos a proclamar a Jesús como el rey de nuestras vidas. 

En esta entrada triunfal el grito es: Hosanna, bendito el que viene… y después será: «crucifícalo… crucifícalo». Es de destacar la actitud de Jesús, pues por un lado a lo largo de su vida, siempre evitó las ocasiones donde la gente lo reconocieran como un líder, en cambio aquí lo aceptó y no solo eso, sino que justificó la actitud de la gente.

Jesús, al aceptar la aclamación, muestra que su reinado se establece a través del amor, la humildad, el sacrificio y la entrega culminando en la cruz.

El Domingo de Ramos une la alegría de la celebración con la tristeza de la pasión, reflejando la complejidad y compromiso que conlleva la vida cristiana. La procesión con palmas es un símbolo de homenaje, mientras que la pasión nos confronta con el dolor y la redención.

En la procesión del Domingo de Ramos nos unimos a la muchedumbre de discípulos que, con alegría festiva, acompañan al Señor en su entrada en Jerusalén. Como ellos, alabamos al Señor alzando la voz por todos los prodigios que ha realizado en nosotros.

También hoy seguimos viendo los prodigios de Jesús: como lleva a hombres y mujeres a renunciar a las comodidades de la propia vida para ponerse al servicio de los que sufren, como induce a hacer el bien, a suscitar la reconciliación, a crear la paz.

En la procesión de las Palmas profesamos la realeza de Jesucristo. Reconocerle como Rey significa aceptarle como quien nos indica el camino, Aquél de quien nos fiamos y a quien seguimos. Significa aceptar día tras día su palabra como criterio válido para nuestra vida.

Seguir a Jesús supone un cambio interior de la existencia. Exige que ya no me cierre en mi yo. Exige servicio y entrega en favor de los demás, por la verdad, por el amor, por Dios.

Seguir a Jesús es la decisión fundamental de dejar de considerar la utilidad, la ganancia, la carrera y el éxito como el objetivo último de mi vida, para reconocer como criterios auténticos la verdad y el amor.

Seguir a Jesús es optar entre vivir sólo para mí o entregarme a lo más grande. Al seguirle a Él, me pongo al servicio de la verdad y del amor.

A través de esta reflexión quiero hacer una invitación a considerar ¿cómo podemos ser tronos para que el Señor reine en nuestras vidas?  ¿Cómo voy a vivir estos días santos y como puedo ser mensajero del perdón y del amor y misericordia de Dios para todos?

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