DOMINGO 20 DE ABRIL 2025. Evangelio de Juan 20,1-9
Los cuatro evangelios relatan los testimonios de las santas mujeres y de los discípulos acerca de la resurrección gloriosa de Cristo. Tales testimonios se refieren a dos realidades: el sepulcro vacío y las apariciones de Jesús resucitado. San Juan destaca que, aunque fue María Magdalena la primera en ir al sepulcro, son los Apóstoles los primeros en entrar y percibir los detalles externos que mostraban que Cristo había resucitado (el sepulcro vacío, los lienzos caídos, el sudario aparte…). El discípulo amado comprueba la ausencia del cuerpo de Jesús: el estado del sepulcro, especialmente de los lienzos “plegados” (“yacentes, aplanados”, caídos”), revelaba que lo sucedido no había podido ser obra humana, y que Jesús no había vuelto a una vida terrena como Lázaro. Por eso anota que “vio y creyó” (v. 8).
El sepulcro vacío y los demás detalles que vieron Pedro y Juan son señales perceptibles por los sentidos; la resurrección, en cambio, aunque pueda tener efectos comprobables por la experiencia, requiere la fe para ser aceptada. Puede decirse con Santo Tomás de Aquino que “cada uno de los argumentos de por sí no bastaría para demostrar la resurrección, pero, tomados en conjunto, la manifiestan suficientemente; sobre todo por el testimonio de la Sagrada Escritura (Lc 24,25-27), el anuncio de los ángeles (Lc 24,4-7) y la Palabra de Cristo confirmada con milagros” (Summa theologiae 3,55,6 ad 1).
La experiencia de María Magdalena llevó a Pedro y al discípulo amado a investigar, y a creer en la resurrección de Jesús. Ella busca a Jesús, el Maestro que había transformado su vida, y con ello. Al llegar, se encuentra con la piedra removida, este gesto es un símbolo poderoso: representa la apertura a una nueva vida y una esperanza renovada, esto perturba su corazón, trastorna su programa y alterará su vida. ¿Acaso no nos pasa así también a nosotros cuando ocurre algo verdaderamente nuevo respecto a lo de todos los días? Nos quedamos en silencio, no lo entendemos, no sabemos cómo afrontarlo. A menudo, la novedad nos da miedo, también la novedad que Dios nos trae, y nos pide. Somos como los apóstoles del Evangelio: muchas veces preferimos mantener nuestras seguridades, pararnos ante una tumba, pensando en el difunto, que en definitiva sólo vive en el recuerdo, como alguien del pasado. Tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Él nos sorprende siempre. Dios es así.
María, al ver que el cuerpo de Jesús no está allí, corre a informar a los discípulos. Aquí vemos la importancia de la comunidad y el compartir nuestras experiencias de fe. A menudo, en nuestra vida, nos encontramos con momentos de confusión y dolor, pero es en la comunidad donde encontramos apoyo y fortaleza.
En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que san Pablo puede decir de Cristo que es “el hombre celestial” (cf. 1 Co 15, 35-50).
Los discípulos aún no entendían la Escritura, que era necesario que Él resucitara de entre los muertos. Esto nos recuerda que la fe es un camino de descubrimiento. La fe en la resurrección de Jesús nos lleva a reconocer la bondad y el amor eterno del Señor y a ser testigos de su poder y salvación A veces, podemos sentir que no comprendemos del todo el misterio de la resurrección, pero es en la búsqueda y en la apertura a la gracia de Dios donde encontramos respuestas. Cuántas veces tenemos necesidad de que el Amor nos diga: “Levántate y anda”; las dificultades, los imprevistos, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura, en la desconfianza y es ahí donde está la muerte. ¡El Amor nos levanta! Que no nos distraigan, las cosas pasajeras, apartándonos de lo celestial, dejemos esas cosas en el pasado, ya que muchas en gran parte ni existen, fijemos el alma en lo eterno; como llevamos la imagen del hombre terreno así llevemos la imagen de aquel que es del cielo (1 Co 15, 47)
Recordemos que no debemos recaer en lo que ya hemos resucitado y aunque por debilidad suceda, levantémonos lo más rápido posible. Este es el camino de la salvación, y la manera de imitar la resurrección comenzada en Cristo, en esta vida no faltan las caídas y tropiezos, vayamos progresando para santificar nuestra lucha diaria, a fin de levantar el ánimo, y se convierta después en costumbre. Con esta chispa encendamos el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a conocidos y desconocidos. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende, una alegría buena y serena.
Dejemos que esta experiencia, gravada en el Evangelio, se grave también en nuestro corazón y se transparente en nuestra vida. Dejemos que el asombro gozoso del Domingo de Pascua se irradie en los pensamientos, en las miradas, en las actitudes, en los gestos y en las palabras, seamos como dice la canción… “que… guapa es la gente luminosa”.
Con el lema Peregrinos de la Esperanza, el Santo Padre nos pide en este año jubilar mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para recuperar la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado. Puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que vemos como urgente. Todo esto será posible si somos capaces de recuperar el sentido de la fraternidad, si no cerramos los ojos ante la tragedia de la pobreza que impide a millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños vivir de manera humanamente digna. Que este año jubilar sea la fuente de este gozo, como el de María Magdalena, preparándonos a buscar a Jesús y a compartir la alegría de su resurrección con los demás. Que nuestra vida sea un testimonio de la esperanza que brota de la tumba vacía, que lloraba la pérdida de su Señor y no creía a sus ojos al verlo resucitado. Quien experimenta esto se convierte en testigo de la Resurrección, porque en cierto sentido resucita él mismo, resucita ella misma. De este modo es capaz de llevar un «rayo» de la luz del Resucitado a las diversas situaciones: a las que son felices, haciéndolas más hermosas y preservándolas del egoísmo; a las dolorosas, llevando serenidad y esperanza.
La resurrección de Jesús es un testimonio de la magnífica obra del Señor.es el fundamento de nuestra esperanza. Nos asegura que, a pesar de las dificultades y sufrimientos que enfrentamos en la vida, hay una luz que brilla en la oscuridad. Nos invita a vivir con confianza, sabiendo que la muerte no tiene la última palabra.
Que el Señor Resucitado nos llene de su paz y nos impulse a llevar su amor y alegría en al mundo, digamos con nuestra vida y con toda el alma: ¡Jesús ha resucitado!

Hna. Pamela Yasmin Duque Lemus