15 de diciembre (III Domingo de Adviento) Lucas 3, 10-14
En este tiempo de adviento Juan Bautista nos insiste hasta el punto de volverse machacón sobre el tema de la conversión. Es urgente enderezar los caminos, como preparación para la llegada del Mesías y logra mover los corazones de quienes acuden a él para ser bautizados, despertando en ellos deseos de cambio, pero no saben que deben hacer. Juan les enseña a vivir una religión más espiritual como medio de comunión con Dios, no solo el cumplimiento de normas y preceptos, indicando lo que se debe hacer con un lenguaje claro y concreto para obrar el bien, sin dejar detalle, pues si al preparar una fiesta procuramos que todo salga perfecto y programamos con días de anticipación, así debe ser la preparación que hemos de hacer cada día en espera del Mesías. No podemos poner en juego nuestra salvación, o en realidad vivimos en constante proceso de conversión o por el contrario nos estamos condenando.
En el camino espiritual no hay términos medios, o te condenas con lo que haces y piensas, o estas edificando tu futuro en un cielo. La misericordia de Dios la tenemos a raudales hoy, cuando cese la vida presente solo habrá justicia, ya que Dios es un juez bondadoso y misericordioso, pero es justo y leal que premia el bien, pero castiga el mal. Tómenos en serio lo que nos propone Juan Bautista, el hombre más grande entre los nacidos en este mundo: “El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo”. Esto significa que el abrigo, la ropa y las cosas que no utilizas, no te pertenecen, le pertenecen al que los necesita. Ya basta de tantos apegos a lo material, desnudo naciste y desnudo te iras de este mundo. ¿Por qué tanto apego a lo tuyo, hasta tus opiniones quieres imponer a los demás? Juan nos dice: “no exijas más de lo que está ordenado, pues cómo puede ser posible que para ti no hayan cargas ni exigencias, sino vida cómoda y a los demás les exijamos lo que nosotros no nos atrevemos a realizar, extorsionamos muchas veces no con cosas físicas o dinero a los demás, sino que los sometemos a una extorción continua con nuestras muchas exigencias y reclamos. Nos pide también que no seamos calumniadores ni chismosos, este mal lo califica Santa Teresa de Jesús como la pestilencia de una comunidad y de una sociedad.
Si nos esforzamos por todos los medios de quitar esta podredumbre de nuestro corazón, mente y deseos, al final le estaremos ofreciendo al Mesías un lugar donde Él desee quedarse. Cumplamos con el deber donde Dios nos ha puesto; seamos honestos, diligentes, bondadosos, compasivos, no perezosos. No sabemos la segunda venida del Señor, que podría ser en cualquier momento. De cualquier modo, sabemos que nuestros días están contados y que por más largas que sean nuestras vidas, tarde o temprano llegarán a su fin. Con tal conocimiento y advertencia, debíamos vivir siempre listos, siempre preparados, siempre esperando, de tal modo que la muerte jamás nos pille desprevenidos, pudiendo venir hoy, esta noche o dentro de 40 años, que igualmente la estaremos esperando, con una vida honesta, pura, limpia, ordenada según los mandamientos de Dios. Vivamos en actitud de Adviento permanente. Si oímos, entendemos y creemos en las promesas de nuestro Señor Jesucristo, lo más sensato sería vivir permanentemente en guardia y listos para recibir a nuestro Señor cuando lo disponga, sea que llegue o nos mande llamar. A esta actitud nos invita Juan y la Iglesia en este período. Podemos ver en forma tangible como la Iglesia nos va ayudando a caminar en este peregrinar al Reino de Dios. Hagamos caso antes que sea demasiado tarde, pues su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.

Hna. Omaira Jerez Anaya